martes, 13 de octubre de 2009

Tere y Abraham invaden Bella Via



Explanada de los Héroes, Macroplaza, Monterrey, N.L.

9 al 11 de Octubre 2009
Festival Bella Via

Bella Via es un festival con 6 años de presencia en nuestra ciudad. Dicho festival tiene como finalidad que los pintores plasmen obras del renacimiento y otros temas sobre el piso de cantera usando la técnica del pastel. En nuestro primer año como participantes Tere y yo tratamos de recrear un fragmento de La creación de los astros y las plantas, hecha por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

El intento era algo pretencioso tomando en cuenta que nunca habíamos pintado con pasteles, ni en el piso, ni en 2X2 metros. Pienso que el Creador, nos ayudó realmente a salir avante con el compromiso y aunque no alcanzamos un lugar en el podio, pues la respuesta de la gente fue muy positiva, con felicitaciones, fotos, etc. Y con eso nos quedamos, porque es lo más importante.

Algunos recuerdos del fin de semana:


Se acerca una señora y nos dice:
- ¿Será posible que les podamos dar algo porque les está quedando muy bonito? (hace señas para decir Dinero)
-No, no nos dejan recibir dinero, porque es un concurso-Le dije, y puso cara de “ni modo y rápidamente le digo bromeando: -Pero allá vamos a estar afuera al rato


Un cholillo se me acerca y pregunta:

-¿Qué onda compa? ¿ Ta Difícil pintar así?

-No, es más fácil de lo que parece- Le dije

-¿Porqué hay raza tan mamona aquí compa?

-Pues hay unos que pintan muy bien y…- Me interrumpió

-Y se dan su taco, ¿va?- Dijo riendo.

-Sí, se dan su taco…

-No pos que chido que haya raza como ustedes que no se enojan, ¿va? Porque hace rato le pregunté algo a otro vato y no me dijo nada, nomás me volteó a ver así con cara de mamón, ¿va? Y que me enojo y le digo, ¿va? : “¿Qué? ¿Muy chingón o que? ¿Te crees artista? ¿Plasmas formas o que?” Jajá, y ya nomás paró las trompas, ¿va? Y se puso a pintar. Bueno ya me voy, voy a un temazcal a purificar mi cuerpo, jajá- Y se fue.


Comentarios de varios niños, en distintos momentos, al ver la pintura:

-¡Mira! ¡Es Zeus!

-¡Es Neptuno!

-¡Es un tritón!

-¡Es un samurai!

Nomás faltó que cantáramos: El gato voladoor, el gato voladoor. Jaja


Más de 3 chavos queriendo impresionar a sus novias dijeron lo siguiente:
-Mira, es la creación de los planetas. Pero es la mitad nada más falta la otra mitad donde está la mano del hombre ¿Si te acuerdas? Qué se tocan las puntas de los dedos.

Todas dijeron: “ahhh, si”. Pero la realidad es que el que ellos dicen es “La creación de Adán” No hay motivo para llamar “Creación de los astros y las plantas” a una obra y estar creando a un hombre, jajá.


Creo que con eso hay, saludos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Breves del comic en mi infancia


Cuando era niño, yo vivía en un pueblo en Allende, N.L. Y recuerdo que para antes de entrar a primaria ya había aprendido a leer gracias a las tiras cómicas que antes salían en la página 2 de la sección de deportes de El Norte. Sí, la página dos estaba llena de arriba a abajo de tiras. Salía Spider-man, Mandrake, Batman y más. Y recuerdo que, como era bien pequeño y no tenía ningún conocimiento de los colores (sigo sin tenerlo), coloreaba a spiderman con crayones azul y rojo, quedaba una plasta de cera encima del mono. Supe que era azul y rojo porque mi primo me lo había dicho, ya que él si tenía tele a color, para mí todas las caricaturas eran del mismo color hasta entonces: Birdman, los Súper Amigos AKA la liga de la justicia, Spiderman y los Ewoks.

Aprendí a leer con ayuda de mi mamá, yo quería saber lo que decían en las tiras y ella me enseñó. Desde entonces, para mí, el momento más feliz era cuando mi papá iba al centro de Allende. ¿Por qué? Bueno, vivíamos en el rancho, mi papá trabajaba en una fábrica de Nutra Sweet ahí cerca. Salía en bicicleta al trabajo y regresaba, dependiendo del turno que le tocara, en la mañana, tarde o noche. Por lo tanto las únicas salidas eran a la quincena a comprar la despensa a Allende y una vez por semana a comprar cualquier cosa y de paso traer el Norte. El día que me enteraba que iba a ir al centro, me ponía contento porque sabía que traería el periódico.

Más adelante se agregó otro día feliz a mi calendario: Un día, a mis escasos 5 años

miércoles, 1 de octubre de 2008

La Casa de los brujos esta vacía



Ayer a medianoche, el ultimo de los brujos abandonó la casa. Había preparado todo con mucho tiempo; había movido anteriormente alguno que otro libro de magia; frascos y pócimas; calderos y gorros; conocimientos antiguos y modernos, en fin...

Ayer solo restaban cosas sin importancia , ciertos encantamientos menores; a excepción de la gran bola de cristal donde veía el juego de baseball por las noches y una caja llena de ilusiones. Mientras paseaba por la casa vacía, le llegó el olor igual a

miércoles, 24 de septiembre de 2008

"Otra de Vaqueros". Un relato acerca de cómo tu mente te puede traicionar.

Carmelo Santos le debía muchas a Martiniano Domínguez. Al ganar la carrera de caballos, lo humilló; porque se había jactado frente a sus amigos de ser el mejor jinete y que cualquiera mordería el polvo contra él. Al final, Santos lo dejó dos cuerpos atrás y Martiniano recibió la burla generalizada de los que lo habían escuchado. Hubo otras, pero ninguna más grande que el haberse casado con Hortensia, la chica más linda del pueblo y de quien Martiniano estaba enamorado desde que la conoció, más nunca se atrevió a decírselo. Esperaba el momento preciso para declarárselo. Tal momento no había llegado, aún después de 10 años, desde que se vieron por primera vez. Pero Carmelo, que iba de novia en novia, decidió que Hortensia era la indicada y luego de unos pocos meses de conocerla, se casaron.

Carmelo le debía muchas a Martiniano. El problema era que Carmelo no lo sabía, ni se lo imaginaba. El hecho de que no se sabía el nombre de Martiniano lo explicaba todo; lo había visto muchas veces, tal vez hasta oyó su nombre, pero nunca pudo recordarlo. Sin embargo, para Martiniano, Carmelo era su enemigo a muerte, y cada vez que lo vencía en algo, incluso en llegar primero a la bodega de Don Austreberto y comprar la primera hogaza, estaba seguro que lo hacía para fastidiarlo.

Martiniano paseaba muy temprano por el pueblo. Era un chico de 28 años, cuando mucho; era rubio de ojos azules, de bigote casi inexistente y de complexión normal. Constantemente se inventaba pequeñas hazañas para contarlas a la gente, y empezaba por creérselas él mismo. Pretendía crearse una imagen de hombre peligroso y actuaba como si lo fuera, o al menos hablaba como si lo fuera. Aunque la gente siempre supo que era incapaz de matar una mosca.

Esa mañana, en su caminata,

martes, 5 de agosto de 2008

I love this game...


I love this game...

Me encanta el beisbol, lo juro. Nunca he pasado emociones tan fuertes con ningún otro deporte. Porque hacia el final del juego, cuando estamos en la novena entrada te mantienes con el nervio y la emoción perdura durante cada lanzamiento, hasta que se saca el out final. Nunca es definitivo un marcador en el beis. Siempre hay oportunidad de alzarse con la victoria usando la estrategia correcta...si, el baseball es mas estrategia que otra cosa.

Nunca puedes decir que estas tranquilo en una parte del campo, el batazo te puede caer a ti, tienes que estar alerta todo el tiempo. El pitcher, es el que decide los partidos con la ayuda, claro , de su ofensiva. Ser pitcher no es fácil,  cada lanzamiento es una técnica diferente. Ser catcher es difícil: Hay que estar sentado 2 o 3 horas y aparte atrapar bolas de 100 mph. Ninguna posición es fácil realmente.

El beis es complejo en estrategia, pero fácil de entender. por eso atrae a las familias.

Un punto interesante en el baseball son las famosas sentencias beisboleras que se han ido creando desde sus inicios, dejo algunos ejemplos:

1. Pitcher que empieza ponchando pierde el juego.
2. Después de un gran foul, un gran ponche.
3. Después del error viene el hit.
4. La fatídica es la séptima entrada.
5. El juego no se acaba hasta que se acaba.
6. Si tienes miedo, la pelota te sigue.
7. El jonrón llega solo.
8. Contra la Base por Bolas no hay defensa.
9. Bateador emergente o se ponche o batea de hit
10. Las carreras que no hagas te las harán.
11. El doble play es el mejor amigo del pitcher.
12. El pitcheo es el nombre del juego.

Y varias mas que obviamente sólo se cumplen a veces. Sólo le dan sabor al caldo beisbolero. pero qué chido es cuando se cumple alguna, porque el narrador dice: " se cumplió la sentencia que dice..."

Los grandes momentos del baseball son : el "playball!!" al comienzo del partido; la "fatídica" séptima entrada, al entonar "llévame al juego de pelota" y además es cuando todo puede pasar y las cosas pueden cambiar súbitamente; La novena entrada, que es el inning de las emociones fuertes, etc.

En fin, hay muchas cosas que puedo decir del baseball pero los reservare para otro momento....


..."el día que entienda el baseball en su totalidad, ese día dejaré de fascinarme"...

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miércoles, 28 de noviembre de 2007

"Con el frío hasta los huesos" un relato de algo que nos pasó en Monterrey, en el barrio antiguo...


Viernes 23 de noviembre 2007

Salimos Tere y yo por la noche buscando un poco de diversión y llegamos a ese lugar en lo profundo del Barrio Antiguo. Recién entramos y un desfile colorido nos recibió. Iban y venían a lo largo del pasillo figuras delgadas ataviadas en llamativos vestidos color naranja. Un poco desconcertados nos miramos entre nosotros sin saber de qué se trataba todo eso. Solo pretendíamos comer tranquilos y francamente esto no iba con nuestra idea. Nos miramos uno al otro y sin decir palabras decidimos dejar el lugar. De pronto, una persona que nos daba la espalda volteó. La sensación de no saber si era "ella" o "él" me invadió, y fue hasta que oí su voz que salí de dudas: La dama, que vestía una sudadera con una capucha negra, nos habló como adivinando que pensábamos salir pronto de ahí y nos preguntó:
—¿Mesa para dos? —Nos miró intensamente y, por alguna ra-zón, asentimos— Perfecto, síganme.
Atravesamos el pasillo por el cual el desfile aún se llevaba a cabo. Realmente estaba desconcertado porque, aunque mi cerebro me decía que era imposible, tuve la sensación de que las figuras pasaban por entre nosotros como fantasmas. Subimos unas escaleras en espiral y llegamos a un tapanco donde estaban las mesas. La iluminación era con base en velas que apenas alumbraban más allá de la superficie de cada mesa. Eran unos cuantos puntos de luz muy tenues y ambarinos, distanciados entre sí como lánguidas estrellas. Y detrás de esas estrellas parecía como si no existiese más que la interminable negrura del firmamento.
Antes de elegir una mesa nos recargamos un poco sobre un barandal que permitía ver el pasillo por el que habíamos pasado y nos dimos cuenta que el desfile había terminado sin más. Me pareció extraño, pero no lo suficiente como para desperdiciar la noche pensando en ello. 
Estábamos conversando un poco: Hablábamos de la decoración del lugar y de lo acogedor que nos resultaba. Cuando, repentina-mente, un grito fortísimo y prolongado nos espantó. Unos pasos fuertes y rápidos hacían eco abajo en el corredor y por entre las penumbras salió un hombre con disfraz de conquistador español. Se recargó en una columna como si estuviera cansado. Estaba vociferando cosas, a veces ininteligibles, pero que bien parecían las quejas de un anciano, porque estaba hablando de los viejos tiempos. Volvía a gritar y corría hacia otro extremo del lugar, haciendo los mismos ademanes. Finalmente hizo una especie de reverencia y se fue gritando palabras de despedida. Fue un extraño performance a mi parecer. A pesar de los sucesos tan extraños que habíamos atestiguado, ni Tere ni yo estábamos asustados; era como si estuviésemos en un sueño muy extravagante. Así continuamos con la cena y la plática mientras los murmullos de los otros comensales, cuyas caras no se alcanzaban a distinguir por la escasa iluminación, se oían de fondo.
Una voz femenina se dejó oír al fondo, cerca de la esquina. Una mujer entre las sombras anunciaba al “Bailaor”. Las guitarras de músicos ausentes sonaron, las castañuelas repiquetearon y, tras el grito pasional de un cantaor fantasmagórico, apareció en la duela el hombre aquel. Las luces bañaban sus movimientos ágiles y expresivos dejando una estela multicolor en cada giro que hacía. Las palmas rítmicas de los músicos sonaban alrededor del escenario tal como si estuvieran detrás de nosotros; y a los lados; y encima. El Bailaor salía y entraba de las penumbras entre canción y canción, y la dama recitaba poemas melancólicos entre estos vaivenes. Los zapatos azotaron estruendosamente el piso en el final del acto y el Bailaor se internó en las sombras para no volver.
Tere y yo nos levantamos de la mesa y nos aprestábamos a regresar a nuestra casa. Nadie nos condujo a la puerta, pues no había nadie ya: las mesas estaban vacías y el personal, ausente. Lo sobre-natural nos rodeaba tanto que para esa hora parecía que nada nos podría sorprender; pero eso es algo que no se puede asegurar en un lugar como aquél y menos por la noche.
Desconocíamos la hora. El único reloj que pudimos ver esa noche estaba en una torre y estaba detenido por completo. El frío llegaba hasta los huesos y las gotas de lluvia eran tan suaves que flotaban como plumas. Estábamos solos en los callejones; hasta nuestras pi-sadas resonaban por las paredes viejas del barrio. Tiritábamos por el viento gélido y ni abrazados podíamos combatirlo. Hasta que una ola de calor reconfortante nos hizo detener. Era inexplicable ese calor porque no había ninguna fuente visible cerca; pero estaba tan rico que nos paramos un momento, dándole la espalda a la casa. Expresamos nuestro contento con sonrisas de oreja a oreja.
—Buenas noches —se escuchó.
El saludo nos tomó por sorpresa y volteamos de inmediato: Un caballero algo viejo, de larga barba y mirada sabia nos saludaba a través de los barrotes de una ventana. No reconocí su rostro pero tuve la sensación de haberlo visto antes y el olor que emanaba de la casa me recordaba algo. Incluso me vino a la memoria un viaje que hice a Guanajuato cuando era estudiante; lo había olvidado por completo. Sentí algo igual a aquella vez, cuando paseé por entre sus callejones estrechos bajo la luz de los candiles. La respuesta ron-daba mi mente pero no aterrizaba. Era extraño, como si una fuerza ajena a mí estuviera reprimiendo el recuerdo.
Mientras intentaba recordar, el viejo habló rápidamente:
—Veo que están a gusto y eso me alegra. Pongo siempre el fogón alto para que los paseantes se sacudan un poco el frío. Uno siempre debe ayudar al prójimo ¿no creen?...no se sabe cuándo podríamos necesitar la ayuda de vuelta. Pobres de aquellas almas que nunca le tendieron la mano al necesitado —concluyó, reflexivo.
Su voz era tan dulce y potente al mismo tiempo. Sus pausas eran magistrales. Subía el volumen de la voz y cambiaba la entonación. Era un orador; sin duda alguna era maestro de ceremonias, o poeta; incluso, podría ser líder de algún grupo religioso. Se extendió un buen rato en sus palabras: me halagó a mí y a mi esposa; me dijo que era afortunado y me felicitó por estar con ella; habló de tantas cosas que bien pudo pasar más de una hora. Era tan agradable oírlo que, fácilmente, nos hubiéramos quedado hasta el amanecer. Sin embargo, todo tiene un final y el de esa noche se aproximaba.
—Es un poco tarde, espero no haberlos aburrido mucho con mis palabras. Ya saben: un viejo como yo necesita la compañía de personas y cuando éstas llegan, pues hace uno lo imposible por re-tenerlas —dijo—. Retomando el tema ese de la ayuda al prójimo...pues me siento apenado por tener que molestarlos, pero creo que necesito su ayuda, jóvenes. Verán: ésta tarde entré a casa y le pedí a mi sirvienta que cerrara al salir; pero olvidé mis llaves en mi oficina; de tal forma que estoy encerrado, y como Juanita no vendrá este fin de semana…ya se imaginarán.
—Bueno Señor, ¿cómo podemos ayudarlo? —dijo Tere.
Él sonrió. Su sonrisa, algo maliciosa en instantes, desentonaba un poco con su apariencia anterior. En ese momento me sentí raro y además estaba abrumado por el viejo y raro recuerdo que no terminaba de agarrar forma. Pero pasé por alto el suceso ese de la sonrisa y me disponía a ayudar al señor en lo que nos estaba pidiendo.
—Veamos, ¿Cómo haremos para abrir la puerta? — se preguntó a sí mismo.
Reaccionó rápido, como si de antemano supiera la respuesta a su pregunta recién hecha.
—Mira, físicamente te noto fuerte; creo que si pusieras la fuerza suficiente podrías derribar la puerta de la casa...está algo vieja y cederá sin duda —dijo e hizo una pausa— Sí, hazlo, no te preocupes que mañana mismo la mando reparar.
Di un paso al frente en dirección a la puerta y no pude evitar mirarlo. La expresión de su rostro era de emoción. Una cara de emoción rayana en la locura. Dejé de caminar y me clavé en esa mirada demencial. El anciano se percató de inmediato y me miró con severidad. Ahora me atravesaba con una mirada iracunda mezclada con algo de impaciencia. Por unos segundos quedé petrificado. La fuerza extraña que mantenía esos recuerdos atrapados, cedió, y estos aparecieron a granel y un chispazo de claridad cayó sobre mí. Me transporté al pasado y supe que, en efecto, no era la primera vez que nos encontrábamos. Las escenas que al principio eran borrosas e incorpóreas, ahora eran claras como la luz del día. 
—Guanajuato, Callejón del infierno— dije para mí, absorto.
— ¡¿De qué hablas?! –me contestó desesperado.
— ¡Usted es el Diablo! —le grité.
En un viaje a Guanajuato me hallé deambulando por los angostos callejones en la madrugada. Me advirtieron que no me atreviera a pasar por el callejón del infierno a esas horas, mas yo lo tomé como un cuento para asustar a los niños. Aún recuerdo que cuando me faltaban pocos metros para llegar a dicho callejón, los perros aullaron a una voz y el viento sopló; pero no paré. Un intenso olor y un calor abrasador me atraparon y al llegar a la esquina, un caballero de sonrisa retorcida me salió al paso. No tuve tiempo de hablar con él porque caí desmayado. Al día siguiente todo me pareció una pesadilla y con el tiempo fui reprimiendo ese recuerdo.
Al escuchar mi respuesta su voz cambió a otra más profunda. Abrió más los ojos y su expresión era de una ira completa y sin ataduras, ahora sí.
—Teresa, dile a tu esposo que lo que dice son tonterías: ¡El Diablo no existe!
Tere también pudo despertar del letargo y se alejó de la ventana con desconcierto.
— ¿Cómo sabe mi nombre? —le dijo, extrañada.
— ¡Sáquenme! —gritó.
Ambos corrimos despavoridos sin mirar atrás; pero  regresamos a la mañana siguiente para clavar unas tablas a la ventana y evitar que alguien más lo viera. Temíamos que estuviera ahí en la penumbra, con sus ojos brillando intensamente, gritando cosas que hicieran que la sangre se nos helara, pero no nos fuimos hasta acabar la obra. Luego pegamos un letrero que decía: “Huyan del calor, el infierno está cerca”.
De alguna forma El diablo está encerrado en esa casa. ¿Quién lo encerró? Quién sabe. Pero lo que sí es seguro es, como escuché una vez en la dimensión desconocida, que no se puede mantenerlo encerrado para siempre.
Esa fue una noche extraña, incluso creo que hasta pudimos soñarlo todo. Pero nunca hemos vuelto a pasar por esa calle ni hablado con ningún extraño por la ventana de ninguna otra casa. Ahora preferimos el frío, ese que cala en los huesos.


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martes, 17 de julio de 2007

Comienzo...


     El viejo caminaba lo más rápido que sus piernas le permitían. Cargaba en sus brazos a una niña pequeña. En su mente giraban muchos planes para la pequeña. No quería que sufriera ni que estuviera a merced de los peligros de la vida; quería enseñarle las cosas para que no se le dificultaran las tareas y tropezara lo menos posible.
     Antes de que estos pensamientos llegaran su mente, había dejado atrás muchos acontecimientos. Recordaba cómo había comenzado su andar, fuerte y lleno de optimismo; y cómo, de a poco, se había desgastado de tanto trajinar.
     Recordaba sus momentos de gloria, cuando logró lo impensado; pero también cuando hizo válidos los pronósticos de sus derrotas. De pronto, imágenes vívidas llegaron como una ráfaga y se sintió cansado. Y recordó que había tropezado y caído muchas veces; vio la muerte de cerca sin ser tocado; perdió sus bienes y los ganó de nuevo, sólo para volverlos a perder; tuvo muchas despedidas y lágrimas que recorrieron sus mejillas; sintió lástima por alguien y fue digno de lástima él mismo; amó y lo amaron, y a veces fue rechazado; odió y fue odiado; quiso hacer cosas y no pudo hacerlas, pudo haber hecho otras y no las quiso hacer.
     Había frustración en su cara, pesaron más las derrotas que las victorias. Por un momento pensó que había vivido para nada. Pero, en ese instante fue que apareció la niña; apareció de la nada. Tal vez se perdió o la abandonaron. El viejo sonrió con locura: le habían dado otra oportunidad para darle sentido a su vida.
     Cargó a la niña y comenzó su carrera para salvarla; salvarla de todo: del mundo y sus peligros. Corrió tanto que, de pronto, un dolor asaltó su cuerpo  y no pudo evitar caer. Con su nublada vista miró al frente y vio a la niña, y a lo lejos una montaña, a donde pretendió llegar hace mucho;  a donde pretendía llevar a la pequeña. La niña volteó a verlo, pero el anciano ya estaba muerto. Con su mano sin vida estaba apuntando a la cima de aquella montaña. La niña comprendió la señal y llena de esperanza y alegría comenzó su largo y difícil camino.
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