domingo, 26 de abril de 2015

¿Sabes lo que se siente perder de pronto el control de tu mente y cuerpo? Aquí te platico cómo un ataque de ansiedad cambió mi vida, para bien.



24 diciembre de 2013

Mientras conducía por el carril exprés de Morones Prieto en dirección a mi casa, tuve una sensación muy extraña y diferente a cualquiera que haya tenido antes: la sensación de que me iba de mi cuerpo.

 Fue un breve pero terrible "bajón". Ante esta sensación nueva, decidí orillarme y tratar de tranquilizarme, pero muy pronto me encontré con más malestares: mis brazos me hormigueaban, sudoración repentina, dificultad para respirar, leve mareo y dolor en el pecho. Sin duda era un infarto, según yo, en ese momento. Asustado a más no poder tuve que mantener la calma e hice varias cosas cruciales. 

Primero, llamé a cruz roja y le di los detalles, después de unos segundos me dijeron que mandarían una unidad, pero que respirara bien y me calmara. Luego cerré el carro y mandé un mensaje a mi esposa diciéndole que me sentí mal, que la ambulancia venía en camino, que no se preocupara porque yo estaba bien, que las amaba y que ahí iba a dejar el carro. Me sentía peor aún para entonces. Estaba más mareado, más adormecido y fuera de mí. Pasaron los minutos y no llegaba la ayuda. Me tambaleaba ya y vi pasar a la cruz roja pero se fue de largo por un carril que no les daba visibilidad de mi ubicación. Me resigne a mi destino, caminé hacia una especie de banqueta y me recosté viendo al cielo. Era un cielo despejado casi por completo, muy bonito. Me dio mucha tristeza, pero decidí luego que si era el adiós,  que fuera uno más alegre. Lo primero que vino a mi cabeza fue mi hija pequeña Sofi. Es un rayo de luz y me iluminó el momento, me sentí agradecido de haberla conocido y muy feliz de recordar su sonrisa, sonreí yo al pensar en ella. Ya no sentía mi cuerpo y mi visión se redujo a un pequeño circulo por el cual veía  el cielo azul; oía las cosas como si estuvieran muy distantes. Frente a mí, apareció de pronto
un paramédico: había un accidente más adelante y por eso la otra ambulancia pasó de largo. Fui transportado al hospital. Un par de horas después estaba con los nervios destrozados, pero vivo. El diagnóstico: un ataque de ansiedad.

Aprendí mucho acerca de los ataques de ansiedad o pánico desde entonces, por ejemplo, que los síntomas son muy parecidos a un infarto y por eso hay muchas confusiones. Seguí padeciendo ataques a diario por 12 meses más. Fueron cambiando los síntomas pero siempre fueron horribles. A veces sentía que me salía del cuerpo, otras me latía el corazón tan fuerte y fuera de ritmo que creía que estaba por colapsar. 

Gracias a estos ataques desarrollé una depresión fuerte, y no hablo de tristeza, como comúnmente se confunde a la depresión; tuve un periodo de pensar que nada tenía sentido, lleno de episodios donde pensaba en la muerte todo el tiempo. Como también comúnmente pasa, nadie que no haya pasado por lo mismo puede ayudarte; aunque agradezco las intenciones, me decían cosas como "échale ganas" o "Ponte a trabajar", y eso es desesperante. La depresión no es algo que uno desee, ni que escoja tener, así que echarle ganas es algo que no tiene nada que ver. La incomprensión en los rostros y en las acciones de mis allegados sí me entristecía mucho, demasiado; era como estar solo mientras  estás rodeado. Además de la depresión, me empezaron a dar ataques de pánico cuando estaba en una aglomeración, tuve que dejar de ir al supermercado o al cine, agorafobia creo que le llaman.


Hubo meses enteros en que me despertaba cada madrugada sudando y con la sensación de que iba a morir.  Si me daba algún dolor en el pecho o el brazo izquierdo, creía que me estaba dando un infarto, aunque sabía que no era así, mi cuerpo reaccionaba con ese miedo. Era literalmente no tener control de mi cuerpo: mi cuerpo tenía ataques de pánico como si estuviera en peligro, yo sabía que no estaba en peligro, pero tenía que convencer al resto de mí que todo estaba bien. Ha sido una lucha pesada contra mí. 


Yo tal vez no morí físicamente en la avenida aquella noche buena ni después, pero en lo que a mi respecta, sí morí un poco, y renací. Renací para ver el mundo con otros ojos. Para descartar lo importante de lo demás. Para no dormir enojado con mi hija, mi esposa o cualquier otra persona que me importe. Para no despedirme por las mañanas de la misma forma. Para hallarle más sabor a la música, para ver más a mis amigos y familia. Para hacer pausas y disfrutar del planeta que Dios nos regaló. Es decir, a diestra y siniestra hay en la ciudad concreto y pintura; hay un remolino de gente buscando sobrevivir, según su punto de vista. Y a veces hay que dejar de ver lo que nos rodea y mirar al cielo para apreciarlo y salirte de la maraña de cosas. 

Yo empecé a hallarle el sentido a los detalles mas pequeños, a las plantas, a la mirada pura de los animales, al abrazo sincero de un niño. Sigo teniendo miedos, algunas cosas residuales de esa etapa que mencioné. Pero haber estado en una simulación de un "cara a cara" con la muerte, hizo que me cayera el veinte, de que eso es inevitable, que si no lo estuve en ese entonces, lo voy a estar. Y no quiero llegar ahí y arrepentirme de cosas que están al alcance de la mano, de la vista, de una llamada o un mensaje de texto. 

Aunque no fue un viaje placentero, fue uno de demasiadas enseñanzas. Aunque  fue doloroso, no estoy tan seguro de que haya sido malo del todo; digo, si me hizo darme cuenta de tantas cosas, ¿no es acaso un regalo del cielo tal vez?

Sí, ¿por qué no?


      Abraham Salas







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