sábado, 7 de agosto de 2010

ARREGLANDO EL MUNDO CON DON MEMO



Estoy haciendo un anecdotario, me tardaré años en terminarlo, quiero dejarlo para las futuras generaciones de mi familia, para que, a diferencia de nosotros, sepan quiénes fueron sus ancestros y qué pensaban y hacían. Aquí dejo una anécdota de las que he hecho, sucedió por ahí de la primavera del año 2003:

Sonó la puerta, alguien estaba tocando…

Yo vivía en una casa de asistencia en la calle Tenochtitlan, en Mitras Centro. La puerta de mi cuarto era una puerta corrediza de vidrio, forrada con papel de cumpleaños, digamos. Mi cuarto era la parte de en medio de una habitación dividida en tres, por paredes ligeras de aglomerado. Además, no tenia ventanas ni ventilador, pero sí había una cama, un colchón extra a un lado y una tele gigante que no funcionaba, pero me servía de mesa. Mi habitación estaba frente a lo que llamábamos sala. Era cuestión de abrir la puerta del frente y dar tres pasos y ahí estaba mi cuarto.

…Sonaba la puerta, Don Memo estaba tocando. Lo supe porque a esa hora, la 1:00 a.m., de todos los inquilinos de la casa de asistencia, sólo él era capaz de buscarme.

Me levanté para abrir la puerta y salí en calzoncillos (No había temor de que una mujer se asustara, porque era una casa exclusiva para hombres) Y Don Memo, ya entrado en copas me dijo:

-¿Como ves, Abraha





m? ¿Vamos al Atlantis por una cubeta? No recuerdo si se llamaba así, pero era uno que estaba arriba del VIP’S o TOPP’S de Paseo de los Leones, en Cumbres, a un lado de los MM Cinemas.





Yo siempre he tenido el problema de no poder decir que no cuando se me piden las cosas de esa manera. O mejor dicho, cuando me doy cuenta que alguien pensó que era buena idea hacer algo y luego me escogió de entre toda la raza para ser su compañero. Me da cosa rechazar esas invitaciones.

Con mucho sueño en mi voz le dije que sí.

-Nomás déme chance de ponerme unos pantalones…oiga, nomás que ando quebrado.

-N’hombre, no te apures, yo invito. Es mas, vamos con Juan el taxista pa’ ver si quiere caer y así se pone mas ligera la onda.

Fue y despertó a Juan. Aunque eran casi de la edad, no lo parecían: Juan era un hombre robusto con pinta de afgano: barbudo y de pelo rizado con apenas unas cuantas canas. Y Don Memo era chaparrito y panzón, de pelo completamente plateado. Tenía la cara redonda, dentro de la cual cargaba una nariz grande que terminaba en bola y unas ojeras muy notorias. Ambos tenían alrededor de 50 años.

Luego de paso, llegó al cuarto de Don César, que era un señor mucho más grande que ellos, y lo convenció para ir, también. Era un hombre calvo, tez blanca, delgado, usaba lentes gruesos y su voz era algo gangosa. Era un ingeniero proveniente de Monclova. Otro de los inquilinos decía que se parecía a una tortuga que teníamos ahí en la casa.

El billar estaba realmente muy cerca. La casa esta a dos cuadras de Paseo de los Leones antes de cruzar Simón Bolívar, y el lugar estaba pasando Gonzalitos, sobre el mismo Paseo de los Leones. Al llegar, pedimos una cubeta y unas frituras de maíz con ajo y chile. Comenzó la platica algo ligera, con Juan bromeando con Don César como siempre lo hacia, refiriéndose a asuntos de impotencia sexual: “N’hombre Don César, se me hace que usté ya no paraguas”

De un momento a otro nos hallábamos platicando, Juan con Don César y Don Memo conmigo. Don Memo era un tipo que siempre tenía ocupaciones. Trabajaba temprano y saliendo ya tenia una reunión: que el lunes de póquer, que el martes de dominó, el miércoles de golf, etc. Venía entrando a una crisis familiar y saliendo de una crisis económica. Debido a la primera, fue a dar a la casa de asistencia a vivir solo y había encontrado, después de meses, un buen trabajo.

Era un tipo muy inteligente, con mucho callo diría yo. Se expresaba correctamente

y era alguien con una facilidad de palabra impresionante, siempre con un tema para conversar. Guardaba en su memoria cientos experiencias, que compartía en el momento que era necesario y que, casi siempre, venía acompañado de una enseñanza. Era un sujeto muy agradable y a mi me gustaba dejarlo hablar porque tenía el don de la palabra, sin duda. Me limitaba a dar repuestas cortas y él no parecía sentirse incómodo con eso. De hecho, creo que se sentía como una especie de mentor conmigo.

A menudo tocaba a mi puerta para invitarme unas Tecate. Después de tomarnos 12 o 24, sacaba su botella de Brandy y tomábamos unos vasos antes de retirarnos. Se nos iba el tiempo hablando de todo, arreglando el mundo, como solía decir Don Memo. A veces sí me fallaba el criterio para ciertas conversaciones y solía decir insensateces, pero Don Memo nunca era condescendiente con nadie cuando había que hablar directo, y me hacía observaciones implacables de cuando en cuando. Pero siempre me decía: “Eres jóven, pero aprendes rápido y tienes mucho tacto”

Esa noche en el billar estuvo hablando de una mujer y cómo la había ligado. Me contó todo lo que había hecho, pensado y como logro su cometido. Luego me dijo:

-¿Y tu qué dices? ¿Te ha pasado algo así?

Un poco sorprendido le dije que sí, que había tenido una historia con una chica, unas semanas antes.

-¿Como fue? Cuéntame.

-Bueno, sucede que estaba en un bar, me gustó una chava de la mesa de al lado y después de un rato me animé a sacar algo de plática.

-Ajá, sigue, sigue.- Me dijo.

-Bueno, me senté a su lado y no se…creo que fue un poco estúpido lo que le pregunte…

Me interrumpió y me dijo unas palabras que quedaron grabadas en mi cerebro hasta estos días:

-No te juzgues. Hiciste lo que creíste prudente en ese entonces ¿Si? Bueno, pues, no te juzgues, sobre todo porque tuviste éxito ¿no es así?

-Sí- Conteste.

-Ahí está. Bueno, sígueme contando.

Yo continué la historia, intercambiamos opiniones y seguimos con la plática por un rato.

Casi para irnos sucedió una anécdota algo chusca: Juan vio a un señor jugando solo en una mesa y decidió ir a retarlo. Don Memo le dijo como cinco veces “¿Para qué? Déjalo, no lo molestes hombre”, pero Juan era duro de pelar. Se notaba que el hombre jugaba solo, no por miedo, sino porque ese era su gusto, así que veíamos a lo lejos cómo meneaba la cabeza cuando Juan hablaba con él. El problema con Juan era que él era un tipo algo tesonero y para sacarle de una idea había que sudar un poco. Finalmente, el señor solitario aceptó y se pusieron a jugar. Nunca había visto a alguien tan bueno para jugar: metió todas sus bolas sin fallar y ganó en poquísimos minutos. Era obvio que Juan el taxista no era pieza para él, pero como dije antes, era terco y se dio el lujo de decirle: “Dos de tres”. El caballero aquel se encogió de hombros como diciendo: “Si te gusta la mala vida, pues qué le hacemos”

Así fue que Juan volvió a perder muy fácil y se regresó a la mesa:

-Oye, juega con madre ese cabrón.- dijo Juan.
-Te dije, desde acá se veía- Respondió Don Memo.
-Yo pensé que era un pobre cabrón, porque lo vi jugando solo. Pero me chingó y gacho, ja, ja, ja.

Inmediatamente después nos regresamos a casa. Eran las 4:00 a.m.

Llegué muy cansado. Al pensar que en tres horas tendría que ir a trabajar me puse un peso extra encima. Una hora después de haberme acostado, me despertó el sonido de la puerta del baño. Era Don Memo, se metió a bañar y en cuestión de minutos se le oyó salir rumbo a su trabajo. ¡Increíble! y más, aún, lo era el hecho que repetía esto casi a diario.

La última vez que vi a Don Memo fue en el porche de la casa. Mi amigo Erick y yo, estábamos tocando la guitarra y tomando unas caguamas, que era lo que nos alcanzaba en esos días. Don Memo llegó muy borracho de una reunión y se sentó con nosotros. Ese era su último día en la casa de asistencia y llegó a recoger algunas cosas. Nunca lo había visto tan ebrio como esa ocasión. Recuerdo que se le cayó un cigarrillo debajo de su pierna y le preguntó a Erick: ¿Dónde está mi cigarro? Erick le apuntó el sitio con el dedo. No se si estaba viendo doble, pero pensó que el dedo de Erick era el cigarro y le empezó a dar estirones. También tocó 3 veces seguidas “Qué será” de José Feliciano en la guitarra y en un intento por servirse brandy, lo derramó alrededor del vaso sin atinarle nunca.

Intentamos persuadirlo para que no se fuera manejando así, sin éxito. Aún no amanecía cuando vimos el coche blanco de Don memo alejarse por Tenochtitlan y dar vuelta en Paseo de los Leones. Sabrá Dios si llegó bien a su destino y no sé si aún vive, después de éstos 7 años, pero lo tengo grabado porque, en buenos y malos momentos, siempre le aprendí algo mientras tratábamos de arreglar el mundo.
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Está algo largo, espero no haya sido fastidioso y si lo fue, pues ya qué más le hacemos, jeje

saludos

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