NOS VEMOS A LA SALIDA…
Tic,tac…
¿Por qué la gente tiene miedo de
pelear a golpes? ¿Es temor a sentir dolor? ¿Es miedo a ser humillado
frente a los demás? Esas preguntas me cruzaban por la mente mientras la maestra
daba su clase. Dicho sea de paso, no podía concentrarme debido a los nervios. Y
es que en menos de una hora estaría cara a cara con el dolor. Había decidido
que esa era la respuesta a las preguntas, en mi caso, al menos.
Minutos antes
Durante el descanso en la
primaria Cinco de Mayo, donde yo estudiaba, mi hermano casi dos años menor,
Eugenio, se resistió al ataque de un Bully,
él estaba en segundo año, yo en cuarto.
En realidad se trató de un ataque verbal, pero el abuso no se debe
tolerar bajo ninguna circunstancia. Aunque el problema con los bullies es que no saben respetar cuando se les pide
que se retiren.
Transcurrían los últimos minutos
del llamado “Recreo” y yo estaba
resignado a volver al fastidio del salón. Había sido un día muy aburrido de clases, monótono. Solo pensar en el caluroso cuarto de clases, en el sudor de las manos y el lápiz resbaladizo, me provocaba un pesar que rayaba en lo depresivo. No obstante que era de los alumnos con mejores calificaciones, siempre detesté las clases, desde la primaria hasta la universidad. Así que, apesadumbrado esperaba el timbre.
resignado a volver al fastidio del salón. Había sido un día muy aburrido de clases, monótono. Solo pensar en el caluroso cuarto de clases, en el sudor de las manos y el lápiz resbaladizo, me provocaba un pesar que rayaba en lo depresivo. No obstante que era de los alumnos con mejores calificaciones, siempre detesté las clases, desde la primaria hasta la universidad. Así que, apesadumbrado esperaba el timbre.
Segundos antes de que sonara,
Eugenio se acercó con expresión de temor y me dijo: “Fulano me quiere golpear”
Y yo con no menos miedo le pregunté la razón. Aparentemente se estaban burlando
de él por alguna razón que les parecía graciosa solo a ellos. Y se defendió,
provocando el enojo de Fulano y compañía. En realidad, la respuesta a mi
pregunta era lo de menos. Yo estaba consciente que no podía quedarme de brazos
cruzados mientras un cabrón le daba de golpes a mi hermano. No soportaba la
imagen en mi cabeza.
No cabe duda que la mente es
poderosa: Aquel fastidio se esfumó y su lugar lo ocupó el miedo, en varias de
sus presentaciones. Nunca había peleado ¿Qué debería hacer? Pensamientos
insensatos vinieron a mí, ¿Funcionarían las enseñanzas del señor Miyagi a
Daniel San? ¿Se quedaría parado Fulano mientras le tiraba una patada giratoria
como en las películas de Chuck Norris? ¿Qué tan fácil sería bloquear los golpes
como en los Dukes of Hazzard? Todo era un misterio para mí. Lo único que tenía
bien claro era que, pasara lo que pasara, no haría la patada de la grulla.
¡Ring!
Era la hora de la salida y mi
corazón palpitaba con fuerza. Salí corriendo, tratando de evitar que Fulano y
compañía se me adelantaran. Una vez en la calle, lo vi de espalda caminando en dirección a Eugenio. Apreté el
paso para alcanzarlo. Luego pronuncié palabras que sonaron valientes, pero por
dentro estaban rellenas de duda:
-¿Qué querías con mi hermano?
-Voy a partirle la madre - dijo
-Estas bien loco- contesté (En
esa época no decía palabrotas, hoy en día cambiaría loco por pendejo)
Las mochilas cayeron y el círculo
se formó. Las cosas empezaron a sentirse muy confusas. Yo ya no era dueño de mi
cerebro, me puse en blanco. Cuando Fulano se acercó para intentar darme el
primer golpe, sentí que su cara estaba tan a la mano como aquellos cocodrilos a
los que había que darles de garrotazos en las maquinitas. Y solté el puñetazo.
Pude sentir su quijada contra mis nudillos y una explosión de energía me dio
confianza. De nuevo se asomó el cocodrilo y recibió otro mazazo.
Todo iba viento en popa hasta que
intervino el réferi, digo, las réferis: Llegaron nuestras respectivas madres a
separarnos. Ya era tarde, ya todo lo relevante había pasado. Solo fueron a
darle un final a la pelea. Sorprendentemente, aquel Bully comenzó a llorar. Producto, tal vez, de la impotencia por no
haber podido desquitar ninguno de mis golpes.
Comenzamos el día como ratones
asustados, Eugenio y yo, y lo terminamos
caminando como toreros, orgullosos de la faena. Nuestra madre nos dijo que no debíamos
andar peleando, pero detrás de sus palabras se notaba que estaba contenta de
que nos defendiéramos. Después de todo,
ella nos enseñó aquella frase que dice:” El valiente vive hasta que el cobarde
quiere”
Yo le diría:”Lección aprendida”
No hay comentarios:
Publicar un comentario